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Recordando la historia tras los pasos del general Francisco de Paula Santander

Siendo las 2 de la tarde del 11 de septiembre de 2017, mientras caminaba sobre la avenida séptima con 152, observé una casa de la época colonial que resaltaba entre los edificios de su alrededor. Aquí reside el espíritu y los pasos del general Francisco de Paula Santander que ha mantenido su quinta generación en dicho lugar, además de ser uno de los 98 museos de la ciudad capitalina, según el sistema de museos de Bogotá.

Cuando ingresaba por la puerta principal, miré hacia abajo para contemplar el camino de piedra que rodeaba las tres casas que se ubican en este lugar, una de estas es la capilla que antiguamente utilizaban los españoles para evangelizar a los indígenas que habitan cerca de estas tierras en el siglo XIX, hoy en día se llama Nuestra Señora del Campo. El celador, muy amablemente, se acercó para indicarme por donde debía ingresar al museo, decidió llamar a unos de sus compañeros por radioteléfono, pero ninguno de estos respondió, en ese momento me dijo “si ve donde esta esa puerta, por ahí ingresa y busca al señor Diego, pero debe subir por las escaleras que están por la derecha”, fue así como continúe mi camino.


En el primer piso de la casa principal había una habitación cerca a la puerta que guardaba sillas tapizadas de cuero y mesas redondas, seguí adelante. El suelo de madera que cruje en las escaleras avisaba sobre un nuevo visitante en el lugar.


En la oficina principal del lugar se encontraba un hombre bien vestido con una cabellera blanca que resaltaba su aspecto físico, él se llama Diego Tomás Fonnegra la persona encargada de hacer el recorrido por el museo. Es un hombre apasionado por la historia de Colombia y más con el papel que representó Santander en el país. Entre libros y diplomas de cultura ciudadana me empieza hablar de unas fotografías que estaban colgadas en la parte de atrás de su escritorio, cuestionándose sobre lo que es hoy en día Bogotá, “en la ciudad se dan sus bandazos porque tenemos muy malos dirigentes y unos consejos que no funcionan o tienen intereses individuales, Bogotá es una ciudad que hoy en día, fácilmente, tiene una población flotante de 6 millones y medio de personas, es por eso que se tienen que planear proyectos en Bogotá pensando en 15 millones de personas, porque la mayoría de Cundinamarca trabaja en urbe”. El tiempo fue pasando mientras me seguía hablando de los problemas de la ciudad, hasta que caímos en cuenta sobre el recorrido del lugar, la soledad de la casa se sentía con un aire frio por la escasa visita de las personas al sitio.


“A la historia de Colombia le han quitado pertenencia, siempre no la han contado por pedazos”, dice Don Diego mientras me enseñaba las sillas de la sala principal, que siempre tenían un significado marcado en ellas: en la parte de abajo simbolizaba las garras del águila y en el antebrazo estaba la cara del águila. La Hacienda El Cedro tuvo sus inicios en el año 1620 teniendo como primer propietario al capitán Antonio Díaz Cardozo quien llegó a Santa fe de Bogotá con Gonzalo Jiménez de Quesada.


El nombre de la hacienda se dio por los árboles valles de cedrales que crecían en abundancia por toda la finca. “Este árbol en la cerca de la calle, en medio del cemento crece solitario, sin bosque, sin pájaros, sin insectos, sin arroyo; pero verdea siempre en silencio sumiso entre el sol y la noche, bajo el aire grueso de la urbe y es su vida estar allí trasformando polución en frescura, con tronco, ramas, hojas, flores como un filtro de luz y un apuesto vigía” (Oscar Gerardo Ramos 1928).


Para Don Diego los árboles nativos son lo más importante para hacer crecer a la ciudad, en la hacienda se encuentran cinco árboles de cedro que los atesora con el alma y el escrito anterior hace referencia a lo importante que es esta especie para él.


Seguimos caminando por la habitación del general Santander, las paredes estaban tapizadas con tela y tenían un toque apasionado, Don Diego me comentó que Santander era muy romántico y que en esta época ya no existía el romanticismo; en las vajillas había un símbolo que entrelazaban las letras del general y su esposa Sixta, y en los cubiertos se marcaba la armadura y el escudo, para que así no fueran robados. Su pasión por explicarme lo que significa Santander en la historia hizo que me mostrara una maqueta dinámica que representaba la batalla del 7 de agosto en el puente de Boyacá, algunas figuras se movían entre las montañas artificiales y la voz del locutor hacía más estremecedora la historia, “la idea de realizar este tipo de cosas es para que los jóvenes y los niños no se aburran cuando vengan a conocer esta historia, además aquí al lado hay un bar donde se ponía la música en aquellos tiempos, dibujé unas flechas para que cuando pusiera la música se movieran de acuerdo a como estaban organizadas, pero el espacio es tan reducido que no lo podemos hacer y más si llegan muchos jóvenes al lugar”.


Por último, llegamos al cuarto presidencial en donde estaban todas las fotografías de los presidentes y aquí se encontraba una sala que hacía referencia a la Constitución encima de la espada, esto significaba las leyes por encima de las armas. Había una máscara simbólica en esta habitación, yo me acerqué a Don Diego y él me dijo que esa máscara era la impronta de Rafael Uribe Uribe después de que lo habían matado en el Capitolio Nacional, “todavía está hinchado si se fija en la parte derecha, esto me lo entregó la Universidad Libre”.


En la búsqueda por internet de los museos más importantes de Bogotá aparecen unos 10 o 20, pero la historia que hay en cada uno de ellos no se cuestiona como lo más importante. Don Diego se preocupa mucho por la juventud que no se interesa por la historia, esto representa la realidad del país y cómo ha trascendido con el tiempo, por eso, resalta que debe contarse de una manera más atractiva hoy en día. Es así como en la visita al museo Francisco de Paula Santander se evidencia la soledad del lugar por no ser curioseado por las personas de la zona.

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