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La obra que deprimió a Bogotá por 8 años


Fotografía tomada de La FM


La entrega de la obra conocida como “el Deprimido de la 94” el pasado 22 de marzo, además de verse como algo necesario y urgente, cuanta la realidad de unas alcaldías mediadas por la corrupción y el panorama de una sociedad dormida y alcahueta.


El actual alcalde de Bogotá, Enrique Peñalosa, lució apenado e indispuesto en la entrega de la pírrica obra ante los medios de comunicación. “El deprimido” irónicamente evoca el sentimiento que le puede causar a cualquier ciudadano enterarse de lo que sucedió con el pago de sus impuestos, pues la obra duró casi 8 años en construcción, pasando de alcaldía en alcaldía y de contratación en contratación, dando como resultado que, lo que se estimó le costaría 45.000 millones de pesos a la ciudad, terminó en 166.000 millones.


Pero más allá de las elegantes vías y puentes peatonales que constituyen la obra entregada, se esconde la realidad de una ciudadanía dormida y desposeída de sus derechos civiles. Es la manifestación oculta de lo que la corrupción gestiona en el día a día de una Bogotá que es blanco de conflicto entre las alcaldías “de derecha” y otras de “izquierda”.


La pesadilla de la obra comenzó en el gobierno de Lucho Garzón (2005) quien autorizó el cobro de la valorización. Después llegó Samuel Moreno con su famoso y nefasto “Carrusel de la contratación” que tuvo de implicados, dentro de muchos otros, a Julio Gómez, uno de los cinco contratistas de la obra. La gestión de Petro buscó darle la contratación a un nuevo consorcio y con ello se aplazó la obra al 2014 y luego al 2015. Llegado Peñalosa, la obra recibió un “empujoncito”, terminándola en 2017, pero (siempre hay un pero cuando la corrupción toca, sea cual sea el ámbito) llegado el día de la entrega, ni siquiera se habían puesto las señalizaciones correctas ¡Bienvenidos a Bogotá!


No se le haga extraño que la ciudadanía tenga su toque de culpabilidad en el asunto: el panorama pinta igual que en el resto de Colombia: cuando son las elecciones distritales, “¡Venga el tamal y la lechona!” y los adjetivos como “el Doctor Moreno” a gente que no tiene tal título académico, y “Camine pa’ la plaza, que el doctor va a venir a hablar y dar comidita!”, son comunes. Posteriormente, llegados los análisis mediáticos o las reflexiones ciudadanas propias después de un tiempo de la gestión prometida: “¡Válgame Dios! Ese alcalde no sirvió pa’ nada”.


Así es la lógica de la ciudadanía bogotana. ¿Existirá acaso algún tipo de problema mental en la heterogénea masa social o es cuestión de hacer un ejercicio de razón pública como lo explica Kant?


Sea cual sea la respuesta a la pregunta indicada, ante un análisis ciudadano crítico la entrega del “Deprimido de la 94” refleja una sociedad dormida y alcahueta, como se ha dicho. Cuestión de falencias distritales o de desvío de dineros, la planeación de obras en Bogotá es un cuento trillado y lleno de obstáculos que siempre encontrarán aplazamientos y retrasos de cualquier índole. Los alcaldes seguirán pensando en sus monopolios masivos (ver Transmilenio y su promotor), y la ciudadanía seguirá en su típico estado de “Bella durmiente” reclamando en sus sueños por la construcción de obras públicas necesarias como el Metro.


Cada quien es responsable de su situación y de la gestión de los gobiernos que elige. Una Bogotá sin corrupción es la vía contundente si los gobiernos distritales y los ciudadanos quieren convertir a esta ciudad en un Londres o París.

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