El día que germinó la esperanza
"Los que mueren por la vida, no pueden llamarse muertos"
-Ali Primera, cantautor y activista político venezolano (1941-1985)
6 de marzo de 2016. La acción de la noche se centra en la cancha del barrio Ciudad de Quito, limítrofe entre los sectores de Ciudad Latina y Compartir, para algunos, los más peligrosos del Municipio de Soacha-Cundinamarca; una urbe donde han convergido muchos de los males de Colombia como sociedad.
Un partido de fútbol se jugaba en la cancha de cemento del parque, y en medio de aquel jolgorio futbolístico se encontraba Klaus Steven Zapata Castañeda, un joven de 20 años quien cursaba sus estudios de Comunicación Social - Periodismo en la sede Soacha de UNIMINUTO, se destacaba por ser una persona efusiva, sincera, amigable con todos y apasionado por su profesión, ¡tanto! como para defender las comunidades más vulnerables de este municipio limitante con la capital del país.
Tan apasionado por el periodismo y la lucha por la equidad social, también lo era del fútbol, una pasión furibunda que compartía con sus amigos y vecinos del sector en donde vivía, como en aquella noche que marcó su destino. El pitazo final daba por terminado el juego en la cancha del Quito. Klaus ya se disponía a partir a casa donde su familia lo esperaba, el día siguiente era de clases y él debía prepararse para alcanzar la meta de culminar sus estudios y poderse graduar como Periodista Profesional; título que de por si le quedaba corto ante el amplio manejo que tenía de la cámara fotográfica quien fue su compañera hasta sus últimos días.
El reloj corría indicando que faltaba poco para las 7 de la noche. De repente, el reloj de Klaus se iba deteniendo poco a poco sin que nadie lo sospechara. Una mecha de una cancha de tejo cercana estalló en la zona. Un silencio ensordecedor. Al voltear la mirada, el estruendo de un arma retumbó en aquella cancha. Un sonido eterno que era más insoportable mientras la vida de Klaus Zapata se esfumaba lentamente.
Malherido cae al suelo, sus amigos se percatan de lo sucedido y corren a socorrerlo, lo llevaron al Hospital Mario Gaitán Yanguas, el más cercano al lugar; ellos aún mantenían la esperanza de que lo ocurrido solo sería un mal momento y que seguiría la vida como si nada hubiera pasado, él volvería a las aulas a hacer gracias con su "parche", seguiría preparándose, seguiría pensando en empoderar a su comunidad, seguiría empuñando la lente de su cámara retratando esa ciudad olvidada y a la vez apetecida por muchos que es Soacha, que pronto volvería a abrazar a su padre, a su madre, a sus seres queridos.
Quienes lo llevaban a la sala de urgencias con las manos llenas de su sangre creían que él saldría de esta. Lo que no sabían es que esa noche Klaus no volvería a su casa, ni volvería a esta vida, él perdió la lucha contra la muerte.
La consternación al día siguiente era como una cascada que inunda lo que hay a su paso. Las aulas por las que pasó un día, estaban llenas por el llanto de sus compañeros. La casa familiar se ahoga en el dolor y la rabia de no entender lo que pasó, por qué él, acaso había gente a la que haya podido incomodar con su labor y que decidió tomar acciones contra él, a quién pudo haber molestado para que todo hubiera terminado así.
Sus compañeros de lucha e incluso los dirigentes de la izquierda colombiana salieron a exigir el fin de la persecución de quienes pensaban distinto al gobierno y oposición actual, que para ellos aún sigue vigente después del exterminio de la Unión Patriótica en los ochentas y los magnicidios de sus dirigentes y simpatizantes en los noventas.
Klaus Zapata se unió a la triste lista de personas que se atrevieron a defender sus posiciones y anhelos de una Colombia digna y en paz, y que pagaron con su vida la defensa de una mejor nación: Jorge Eliecer Gaitán, Jorge Enrique Pulido, Guillermo Cano Isaza, Luis Carlos Galán, Bernardo Jaramillo, Jaime Pardo Leal, Carlos Pizarro Leongómez, Álvaro Gómez Hurtado, Jaime Garzón... y ahora él. Sin haberlo querido y sin haberlo pedido, se convirtió en un eterno mártir de un sueño inconcluso, la paz para Colombia.
En una semana, él y otros tres líderes sociales fueron asesinados por defender a sus comunidades, por pedir un mínimo de respeto a su forma de ser y existir. El escenario no era el más favorable: el Proceso de Paz entre el Gobierno de Juan Manuel Santos y la insurgencia de las FARC atravesaba su peor momento mientras que el Senador Álvaro Uribe sumaba adeptos a su causa de que los acuerdos y negociaciones presentes (en ese entonces) y venideras fueran condicionadas a que no hubiera impunidad por los crímenes cometidos por la guerrilla, ni que se repitiera en Colombia el escenario apocalíptico de las naciones adheridos al denominado "socialismo del siglo XXI".
Colombia estaba dividida y el nombre de Klaus Zapata retumbaba en las bocas de las cabezas del Gobierno, la guerrilla y la oposición, era el titular del día en los noticieros y la portada de la prensa sensacionalista. Fue por varios días el caballo de batalla de la izquierda y una fortuita pérdida más para la derecha.
El 10 de marzo de 2016, Klaus dormía el sueño de los hombres justos, su nombre estaba en boca de las personas que se encontraban en medio del ahogo del llanto y los sentimientos encontrados por aquel que se adelantó a muchos, aún en vida. Su funeral se asemejó más a aquella canción de los Fabulosos Cadillacs, a la tonada del legendario Piper Pimienta Díaz, que a un típico funeral. Ese día el luto se vistió de colores y la marcha fúnebre se tiñó de fiesta y carnaval.
Las arengas resonaron por las calles de la villa del Dios varón de los chibchas y los muiscas, recordándole a aquel pueblo que hubo alguien que luchó por ellos en medio de la constante persecución a quienes piensan aparte del statusquo, aquel muchacho que militó en las Juventudes Comunistas, que se atrevió a reírse del oscuro panorama político y social cuando muchos decidieron callar, que plasmaba en su fiel compañera, su cámara Canon semiprofesional, la belleza del municipio vecino de Bogotá, que afloraba en medio del caos cotidiano; que era feliz entre los bosques, los ríos y los humedales por los que también veló. Los jóvenes le gritaban a Colombia que hubo alguien que quiso en vida cambiar el mundo y no dejó que el mundo que nos rodea lo cambiara.
La Internacional, himno de batalla de los socialistas y los comunistas, fue su serenata final, cuando partió a una dimensión en donde la injusticia ya no sería la determinante en su existencia. A quienes dejó en la tierra, los dejó llenos de rabia, llenos de dolor, de buenos recuerdos pero también de preguntas incesantes. Muchos aseguraban que a él lo habían matado por sus ideales, otros decían que fue una pelea con un contendor de aquel partido de fútbol que infortunadamente se salió de control, otros afirmaban que se había cazado de enemigos a los paramilitares y a los propietarios de las minas que circundan el municipio y no pocos se sostenían en que era él, el resurgir de un exterminio político contemporáneo. La verdad de aquel acontecimiento aún hoy no es del todo clara, a pesar de que el autor material de los hechos fue capturado y puesto a disposición de las autoridades.
9 de abril de 2017. A 69 años del infame día en que el magnicidio de Jorge Eliecer Gaitán comenzó a teñir de sangre al país, desencadenando el conflicto armado más longevo del continente, el rostro de Klaus resurgía en un retrato unido al de los muchos líderes sociales, políticos y sindicalistas que han sido asesinados y desaparecidos en la última treintena. Esto en medio de un aireado homenaje en el Congreso de la República a las víctimas del conflicto que no pudo estar más cargado por el visceral enfrentamiento de poderes de la izquierda y la derecha al tratar de defender más fuerte su posición, entre la indiferencia de los demás congresistas y la indiferencia de los colombianos.
Han pasado 365 días más en el calendario desde que se apagó la existencia de aquel joven inquieto de los barrios humildes de Soacha y mucho ha pasado en el mundo y en Colombia: la ola del populismo se empezó a tomar las grandes naciones del planeta y mientras los redobles de la guerra han retumbado incesantemente en ese transcurso, Colombia dió el primer paso al firmar el Acuerdo de Paz que abrió el camino para que las FARC dejaran las armas y participaran en la democracia, pero también causó que los vencedores del Plebiscito por la Paz, la opción del No, se rasgaran las vestiduras y se envalentonaran más en defender su derecho de ver el país como ellos creen que está.
Klaus no pudo estar ahí, pero su sacrificio y el de muchos activistas sociales de derecha e izquierda, hizo que al menos empezara a rodar la bola, que se discutiera abiertamente de política, se debatiera, se compartieran posiciones distintas y se busquen consensos que permitan hacer cambios a partir del respeto a las diferencias y el derecho a defender las posiciones ajenas por mas incompatibles que sean entre sí mismas, tal como rezaba el sabio Jean-Jacques Rousseau.
Sería muy facilista decir que Klaus Zapata dejó un buen recuerdo en quienes tuvieron el honor de haberlo conocido, pero es más fácil creer que él no murió en vano y que al entrar al sepulcro eterno, se plantó la semilla de la esperanza. La esperanza que nadie más morirá por ideales políticos, económicos o sociales, que podremos vivir como un país próspero y armonioso y que todos, sea cual sea el pensamiento que tenga, no se quede sin aportarle algo a la sociedad. Ese 10 de marzo de 2016, se plantó la semilla de una nueva generación de colombianos que algún día podrán decir: vivimos en un país en paz.