¿Acaso la vida de una mujer vale tan poco?
Empecé a escribir esta humilde opinión sobre la reprochable agresión de una colega periodista y miembro de la comunidad UNIMINUTO cuando me llega la triste noticia de la muerte de una pequeña, víctima de la indolencia de familias, allegados y el Estado, quienes no hicieron nada para evitar su muerte. A Sara Salazar, quien espero sea la última muerte de una niña inocente en este país.
A estas alturas de la existencia me han rondado dos preguntas: ”¿Qué hay en la mujer para que los hombres quieran destruirlas como si se tratara de un vidrio o se toman atribuciones de terratenientes, como si la mujer fuera una mercancía, una propiedad?” “¿Hace cuánto la sociedad colombiana se quedó estancada en la época de la inquisición respecto a la importancia que tiene la mujer como factor determinante y fundamental de la misma?” Me quedo consternado al ver que, para muchos hombres, la vida de una mujer no vale nada.
El caso más cercano tristemente tuvo que ser el de Paola Andrea Torres Noreña, una mujer con carácter y férrea defensora de los derechos que ellas merecen y que aún esta sociedad toma por chiste, a quien una decisión sobre su vida casi le cuesta la misma. A su pareja sentimental, Miguel Rozo (quien infortunadamente y según varios medios de comunicación estuvo vinculado a la universidad) no le pareció que Paola concibiera su vida si él y destapa el monstruo y el criminal que lleva por dentro y en la noche del pasado 6 de abril, la abordó desprevenidamente, y sin piedad, buscó acabar su existencia. Lo tenía fríamente calculado, sabía lo que quería hacer, pero afortunadamente, no lo logró.
Nuestra colega y compañera se está recuperando de las heridas físicas, pero nada de lo se pueda hacer desde la medicina podrá curar las heridas emocionales que su agresor le causó. Este caso es uno entre el mar de feminicidios que ocurren a diario en nuestro país y que logran causar indignación cuando el hecho es tan sangriento que llegan a los titulares de los periódicos y los noticieros, para volverse un hecho del pasado, hasta la próxima víctima.
Casos como el de Paola Andrea, o como el de Claudia Giovanna Rodríguez, asesinada por su exesposo en un centro comercial ante la mirada de todos los que estaban ahí; o como el de Yuliana Samboní, cuya infamia la cometió un individuo de prestante apellido; o el de Rosa Elvira Cely, a quien mató un compañero de su clase; o el de Natalia Ponce de León, a quien un sujeto la desfiguró porque se negó a estar con él; o los otros miles de casos de mujeres que no llegan a las crónicas rojas, pero que igual y, para vergüenza de todo nuestro género, son asesinadas por hombres que no aceptan que una mujer sea independiente, pueda formar su vida, tener sus ingresos, decidir con quién está en la intimidad o no, desarrollarse personalmente, capacitarse, alcanzar su metas y ser alguien de admirar para sí misma y para los demás.
Pareciera que aun viviéramos en el tiempo en el que el único que tuviese alma fuera el hombre, pero eso señores, de hombre a hombres, ESO NO ES ASÍ. Las mujeres tienen alma y hasta mucha más que nosotros. No son el sexo débil porque ellas se han levantado por sus derechos, porque algún día esta sociedad y todas las sociedades del mundo las tomen en serio y dejen de verlas como ciudadanas de quinta categoría.
Aunque no solo es necesario echarle la culpa a nuestra género masculino, también debemos replantearnos sobre cómo la educación, la publicidad, la formación hogareña y hasta los medios de comunicación (si, colegas periodistas, a nosotros también nos toca hacer el mea culpa por lo que hacemos) por sobre cómo es que se inculcó el trato a la mujer y sobre cómo es que debemos verdaderamente darle a la mujer el espacio que se merece en nuestras empresas, universidades, escuelas, hogares y en el Estado mismo ¿Por qué no soñar con una mujer Presidenta de la República?
Es hora de evolucionar con respecto a la manera en que comprendemos el papel de la mujer para poder, entre todos, desarrollar una era en donde lo bueno de la humanidad aflore y surja. O por lo menos que las mujeres dejen de ser perseguidas como si fueran ganado y que dejen de ser asesinadas por negarse a ser propiedad de alguien.
Y sí, es un hombre el que escribe esta columna; muchos dirán que por ser hombre no tengo la autoridad para hablar sobre crímenes contra la mujer, y puede que tengan razón, pero lo hago porque a mí no se me olvida de dónde fue que provine: del vientre de una mujer. Y cada vez que una mujer muere, muere con ella la esperanza y la vida en este planeta que nos alberga.