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Tan solo es eso...una delgada línea 3ra entrega


Fotografía tomada de Univisión.com


Aún siendo el día quinto, llegaron a un sitio lleno de cactus, ese era el lugar donde descansarían para que Marisa se recuperara, duraron todo lo que restaba del día. El calor era tan fuerte que no podían ni dormir, lo único en lo que pensaban era en llegar rápido, querían terminar eso. Pero aun así, la caminata se extendió 2 días más en el desierto, pues Marisa cada vez empeoraba y los retrasaba.


En la noche, siguieron su camino, Marisa caminó normal durante unas horas, pero al final no era capaz, así que los muchachos de Guatemala la traían, cada uno de un brazo; iban despacio, muy despacio, cuando de repente, ven los cerros. Mi mamá no paraba de llorar, su voz entre cortada pero esperanzadora me contaba: “Yo abajo veía Fénix, Arizona, la ciudad se veía hermosa, como era de noche, las luces se veían espectaculares, yo solo podía decir, gracias a Dios, esto parece la tierra prometida, ahí es donde teníamos que llegar”. El Coyote, al ver la felicidad de mi madre y la de todos los que iban cruzando les dijo: “Miren, ahí es a donde tenemos que llegar, y en el hotel los espera una hamburguesa y una Coca-Cola bien fría”.


Llegó el día sexto, caminaron todo el día y toda la noche, el Coyote solo les recordaba la Coca-Cola y la hamburguesa para que caminaran motivados y dieran su último esfuerzo. A muchos se les acabó el agua, a mi madre por fortuna no, pero la sed hacia sus pasos más lentos, llegaron a un caño, formado por las fuertes lluvias, la gente sin importar el mugre, metieron los galones y los llenaron de agua. Mi mamá en su botiquín llevaba vendas, las utilizó como filtro para llenar el galón de su amiga Marisa, pues esa agua estaba llena de gusanos. Lucero recuerda: “yo le decía a mi amiga, ‘usted apenas llegue, tiene que purgarse porque con todos esos bichos que tiene el agua, le hace daño’ a mí no, gracias a Dios me rindió el agua, porque en el desierto a uno la saliva se le hace gruesa por el calor, lo que yo hacia era que me echaba una bocarada de agua y me lavaba bien la boca para que se me quite esa saliva y así me la bajaba y tomaba otra bocarada, siempre ahorrando para que me alcanzara todo el camino”.


Caminaron toda la noche, amaneció, era el séptimo día y el más anhelado, el Coyote les dijo: “nosotros vamos a llegar a un sitio, a un corral donde nos va a recoger una camioneta, sin correr ni nada, uno tras de otro, sin gritar, sin hacer ruido, tenemos que acomodarnos todos ahí y de ahí nos llevan al hotel. Entonces, primero nos meteremos al ganado del corral, agachamos la cabeza para parecer ganado y ahí nos van a recoger”. Pasaron tres horas aproximadamente, estaban esperando la orden, pero mi madre cuenta: “Imagínese que estábamos ahí descansando, cuando el Coyote, con solo miradas nos dijo que no podíamos ni respirar, ya que vio a Marisa hablando con otra mujer. El silencio era necesario, pues ahí pasaba la migración, pasaron por el lado de nosotros, ni ellos nos vieron, ni yo los vi, Carlos sí los vio” Eso llenó de nervios a todos las personas que iban cruzando.


Pasó el tiempo, cuando el Coyote les dice: “bueno, ya no nos vamos a ir para el corral, porque mi hermano pasó antier por ese lado, y es peligroso cruzar por el mismo sitio entonces, nosotros nos vamos a ir para los manzanos” así fue, todos callados, pasaron casi inclinados, mirando hacia el piso. Cuando llegaron a los manzanos, los perros empezaron a ladrar, pero ellos no se podían mover de ahí, estaban tan cerca de la carretera, que cada cinco minutos transitaban los de migración. Pasaba el tiempo y nada que los recogían, no entendían lo que estaba pasando. Esa noche para ellos fue interminable, fueron dos horas de tensión y miedo hasta que se llegaron las 11:00 pm, ya reubicados, esperando a ser recogidos, les dijeron: “Ya, ya llegó, uno detrás de otro”.


Lucero recuerda: “Ahí sí fue que nadie hizo caso, la gente corría porque siempre eran como unos 100 metros de donde nosotros estábamos, hasta la carretera donde estaba la camioneta, y gracias a Dios como Carlos y yo somos buenos para correr, fuimos de los primeros en llegar al carro. Era una camioneta de doble cabina, adelante se subieron dos o tres personas y nosotros nos hicimos atrás con mi sobrino, y ya, a los últimos les toco irse en el platón, ¡eso sonaba apenas como caían las personas!, acostados boca abajo para que cupiéramos porque éramos 18 y yo me acuerdo tanto, la pobre Marisa, como ella era obesa e iba mal de los pies, pues no podía alzar el pie, porque el platón era alto, y la cogieron entre dos hombres con los pies, uno de arriba y otro de abajo y ¡Pam! Allá eso a penas sonó como cayo en ese carro, y ella quejándose porque cayó encima de toda la gente, ella fue la última en subirse, y bueno, nos dijeron que silencio”.


En 10 minutos llegaron al hotel, pero 10 minutos que para nosotros no es nada, para ellos fue interminable. Mi mamá por su parte, el temor estaba por todo su cuerpo, escuchar el viento, las piedras de la carretera la tensionaban mucho, por eso ella siempre iba rezando, porque ya lo estaba logrando. Cuando llegaron al hotel, el 02 de marzo de 2010, se llevaron una sorpresa. ¡No era un hotel!, era un tráiler, una casa rodante. Se bajaron de la camioneta donde venían, despacio y en silencio porque ya estaban en la ciudad, habían muchas personas; ellos no podían llamar la atención porque aún podrían ser detenidos.


Tocaron a la puerta, todo en clave, la abrieron, mejor dicho, la entreabrieron, casi ni podían entrar. Lucero recuerda que todo el piso era de alfombra, apenas entraron todas las personas se tiraron al piso, eso sí, el carro estaba lleno de gente que había llegado los días anteriores, solamente había una habitación. Mi mamá menciona: “Era como media noche, yo creo, y el Coyote nos dijo “allá hay comida, vayan las mujeres y hagan de comer, hay pollo, carne y tortillas, ¡esas que yo tanto odiaba en México!, miren a ver qué hacen para todos”. Nosotras fuimos y cocinamos, yo solo pensaba, hamburguesa ni que nada, pero no importa, con esa hambre que rico ir a hacer comida”. Hicimos un pocotón de pollos que habían, con tortillas y comimos. Para acostarnos, nos tocó en el piso, porque solo había un cuarto con colchones y estaba lleno, pero no importó, como estaba alfombrado, no importaba, nos tocó en la sala, porque a medida de que llegan y se van, la gente va pasando al cuarto”. Y así ellos pasaron esa noche.


Al otro día, amaneció, el Coyote les dijo que se bañaran y esperaran a ver cuándo los recogían, ahí duraron una noche y un día. Ese día se fueron unas personas. Lucero, Carlos y Marisa, cogieron la habitación, pero no lograron pasar una noche en el colchón. Se llegó las 10:00 o 11:00 pm, el pensamiento de: ¿Qué está pasando, por qué no nos recogen? Pasaba por la mente de ellos, estaban listos, mi mamá ya bañada, vestida y maquillada, porque eso sí, ella nunca a descuidado su imagen personal. De repente, un fuerte golpe se escucha en la puerta, y llamaron a mi madre, ¡Lupita, Lupita! solamente se escuchaba, Lucero salió, el coyote no la reconoció, se quedó pasmado sin decir nada por lo diferente que se veía. Ella se encontró con el esposo de su hermana Esperanza, él los recogió. Primero pensó que Marisa era mi mamá, por su aspecto físico, pues pensó que tenía rasgos mexicanos. Se conocieron, se alistaron y se despidieron del hombre que los ayudó a cumplir un sueño, a cruzar una delgada línea entre la vida y la muerte, la frontera.


Ya en el carro, empezó el recorrido, su próxima parada era Miami, la felicidad invadía su cuerpo, no podían creer lo que estaba pasando. De todas formas, no todo era seguro, a pesar de la felicidad, en sus mentes sabían que aún los podían coger la policía, pues el Coyote, por el desierto, les decía: “muchas personas que ya han cruzado, yo las he entregado y al ir en el carro para su origen la policía los paraban y los deportaban”. Mi mamá, se preocupaba demasiado, cada que veía un policía, solamente cerraba los ojos y se ponía a rezar, esa era su única tranquilidad.


Álvaro, iba con otro señor que le ayudaba a conducir, pues no podían parar en el camino, su única comida fue un sándwich con agua para tres personas; porque ya no tenían dinero, pero eso no les importaba, solamente querían llegar. En el recorrido Lucero se logró comunicar con su hermana, mi mamá recuerda: “Esperanza me dijo ¿bueno a qué horas van a llegar? Porque yo ya le tengo entrevista con una señora para que empiece a trabajar” y yo le dije “¡no Esperanza!, yo no voy a ir a entrevista usted no sabe como voy, yo voy demasiado cansada, tengo que arreglarme el pelo, déjeme descansar, entonces me dijo que bueno. Hoy en día la señora que me esperaba para esa entrevista es mi jefa”.


Mi madre siempre fue una mujer que soñó en grande, ella me comenta que: “Yo me esperaba una ciudad grande con edificios y todo eso, cuando Álvaro me dice, no, ya estamos acá en Miami, porque él no me había explicado que Hollywood era otra ciudad. Él me dijo ya estamos acá en Miami y yo le decía ¿Pero dónde? Uno no ve gente, no ve buses, no ve bullicio, no ve nada, y yo no, pero qué raro. Cuando llegamos a la casa, el 5 de marzo de 2010, era un domingo por la noche y Álvaro me dijo: mire, allá viene su hermana”. Mi madre no aguantó las lágrimas, lloró, la felicidad de ver a su hermana fue inmensa. Esperanza llegaba de trabajar, ese día ella trató de salir temprano para recoger a mi mamá, pues ellas habían hablado, mi mamá le dijo que por favor le hiciera un sancocho, que anhelaba un “Sancochito”, pero no alcanzo a hacer nada.


Yo solamente veía las lágrimas de mi madre caer por sus mejillas y con su voz entrecortada dice: “recuerdo tanto que comimos pollo de “Publix”, pero eso no importó, teníamos mucha hambre y estábamos contentos de haber llegado”. Apenas llegaron, estaban tanto física como psicológicamente destrozados, sus cuerpos estaban maltratados. Eran las 5:00 pm y fueron a comprar elementos de aseo. Esperanza le dio ropa a mi mamá y se dirigieron a “Walgreens”. Lucero menciona: “Mi hermana me dijo: compre lo que quiera, pues nosotros todos emocionados empezamos a comprar de todo, me acuerdo tanto que yo eche desodorante, crema dental, shampoo, mejor dicho, yo quería de todo”.

Al otro día, fueron a comprar el tinte y Lucero se empezó a arreglar el cabello, ¡Mi mamá siempre busca verse bien, y su cabello es de las cosas que ella más quiere!. Mi tía ya había cuadrado una cita para el martes, con la actual jefa de mi mamá. Se llegó el momento de la entrevista, mi mamá iba nerviosa, habló con la señora, y Lucero menciona con una expresión de miedo en su rostro: “recuerdo tanto que Esperanza me dijo: No vaya a decir que llegó por el hueco, sino que llego normal, y la señora me preguntó que cuándo me había bajado del avión, yo le dije, ayer, y ella me dijo: “uy esta recién llegada” y me contrato, ¡no me gusta mentir!, pero fue necesario”. Mi mamá obtuvo el trabajo.


Con el tiempo, Lucero ¡como buena colombiana, es muy sociable! y se hizo un amigo en su trabajo, quien le aconsejo que empezara a pagar impuestos. Así fue, desde ese momento, hasta hoy en día, mi mamá paga sus impuestos como cualquier otra persona, pues ésta es una gran ayuda para los inmigrantes, porque es muy raro que un indocumentado pague los “Taxes” como le llaman en Estados Unidos. Pero como dice mi mamá: “Es mejor prevenir que lamentar” ella siempre busca hacer las cosas bien.


Ahora en nuestra vida muchas cosas mejoraron con el tiempo, la estabilidad económica fue una ellas y así vamos siete años, separados por una frontera invisible, pero existente, una frontera que nos detiene y aleja. Aquella, que se debía cruzar para cumplir el sueño de una mejor vida, pero que el tiempo y la distancia dividió una familia, es aquella que da esperanzas de volver a vivir unidos, de sentir, de hablar con la mujer más luchadora, son tantos sentimientos casi inexplicables que, extrañamente solo produce una delgada línea.



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