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Tan solo es eso...una delgada línea 2da entrega


Fotografía tomada de univissión.com


“El Gavilán” un poco preocupado por el paso de mi mamá, les dio una lista con lo que debían comprar para poder pasar, cada persona debía llevar: dos galones de agua, que debían durar los días que estuvieran en el desierto, atún, manzanas, cosas que no pesaran, pero que sean comestibles y que claro, alimentaran. También, les recomendó comprar unas pastillas “Feedelmar”, que debieron tomar dos días después de ir caminando, ya que son para mantener activa a la persona, y para no sentir cansancio.


Ellos, de inmediato salieron a la única tienda del pueblo en la cual solo se consiguen elementos necesarios para cruzar la frontera, ese es su único sustento, lo que compran los inmigrantes. Al tener todo listo, volvieron al hotel, les sobró 150 dólares, y como corría el mito de que era muy peligroso el cruce, ellos decidieron envolver el dinero en el ruedo de un pantalón, así que lo rompieron, metieron el dinero y lo cosieron, ya que debían llevar dinero por si acaso necesitaban algo. Después, el Coyote pasó a revisar que todo estuviera en orden, una hora antes de la salida, mi mamá me contó: “Llegó “El Gavilán” revisó las cosas y nos dijo: “¿ustedes no tiene la bolsa?” Y nosotros le dijimos ¡No! ¿Qué bolsa? Y dijo “No, ya no hay tiempo de comprarlas”, entonces fue y nos consiguió una bolsa de basura, de esas grandes industriales, nosotros ni sabíamos para que era. Nos dijo, “ustedes sin esa bolsa no se pueden ir”, eso era lo único que nos faltaba. Él no nos la había mencionado en la lista. Pero bueno, nos chequeo todo y nos dijo, ¡alístense que salimos en una hora!”.


Esa hora fue la hora más lenta para mi mamá, estaba llena de nervios, con sueño y hambre, preparándose psicológicamente a lo que le esperaba. Así pasó, se encontraron todos los que iban a cruzar la frontera, eran 18 personas, lo único que sabían era que iban a caminar y que el agua y la comida les tendrían que rendir. Lucero recuerda tanto como iba vestida, que mientras me lo mencionaba, no podía ocultar las lágrimas: “nos alistamos para la salida, yo me puse un leggins de bajo, encima me puse un pantalón de dril, y encima me puse una sudadera porque yo sabía que hacia mucho frio de noche y en el día mucho calor y yo no podía llevar mucha ropa, entonces decidí llevarla así, y me puse un body, encima una camiseta, un saco y la chaqueta negra, grande que yo traía, y bueno, ya estábamos listos, todo perfecto, no había hambre, no había nada”.


Al hotel, llegaron 3 taxis, quienes los transportarían a la frontera, donde empezaba la travesía. Poco a poco, cada vez más adentro de la carretera, empiezan a ver el desierto. Cuando llegaron al lugar, el Coyote les dijo: “bájense ya, vamos a caminar” les dio unas instrucciones, dijo: “vamos a caminar siempre en fila india, no se corre, uno detrás del otro” había un Coyote, ‘El Gavilán’ que iba de primeras, el ayudante iba atrás, finalizando, les dijeron que no nos adelantaran, y que si alguno se quedaba, ellos con un chiflido se comunicaban para parar, y así iban parando uno tras otro, pero que no se fuera a quedar ninguno”.


Al entender cómo sería la dinámica, empezaron a caminar, eran las 4 de la tarde cuando llegaron a unos arboles, habían árboles porque aún no estaban adentrados en el desierto, pararon y les dijeron: “Esperen ahí hasta la orden que aquí estamos en la línea, acá debemos esperar cuando se puede pasar, porque ahí es donde más esta la migración. Sí tienen hambre coman algo, siempre moderado, no se pueden acabar todo de una porque son 4 días de camino. Quédense ahí y no se alejen porque aquí, hasta que yo de la orden, que será mediante un silbido, cuando la oigan, van a pasar, sin correr, sin hacer ruido, no pueden hablar, porque acá la migración tiene detectores de voz, todo va hacer con sonidos y cuando yo les de la orden bien sea con la mano, van a pasar uno tras de otro, sin correr, vamos a pasar la frontera de Estados Unidos y de México”. Mientras esperaban, Marisa llevaba un liquido, compuesto por creolina, ajos, y otras especias que no recuerdan bien, pues ella sabía que en el desierto habían muchos animales venenosos, claramente, eso no olía nada bien, ella hizo un circulo alrededor de donde estaban sentados, también, unto las suelas de los zapatos para que no se acercara ningún animal.


Mi mamá iba preparada, sabia que la caminada era dura, así que para prevenir las ampollas, ella utilizó, un consejo que le había dado su esposo, quien había sido militar y también tuvo que caminar durante los enfrentamientos con la guerrilla en Colombia. Aquel consejo, era usar toallas higiénicas, que puso en la planta de sus zapatos, en los de Carlos y en los de su amiga Marisa para que no se maltrataran los pies. Lucero menciona “Estuvimos ahí como una hora, entonces un Coyote se hizo más cerca de la línea, a la cerca y el otro se fue para otro lado y eso se quedaban por allá en silencio, analizando, observando, bien concentrados, a ver cuál era el momento en el que se podía pasar. Duramos como una hora y media ahí, callados, no se podía hablar, lo único era descansar y lo que yo hacia era rezar. Cuando el Coyote nos dio la señal con su mano pasamos uno detrás de otro y al llegar a la línea no fue como yo imagina, en este lugar no habían mayas ni nada, solo cuerdas de alambre de púas, unas cercas altísimas, y la parte de abajo, era demasiado pegada al piso, claro, es obvio, para que la gente no se pase”.


Mi madre y Carlos, al estar tan delgados, lograron pasar por debajo del alambre, cruzaron primero las maletas, luego ellos. Por otro lado, Marisa, no cabía así que tuvo que encaramarse al alambre para cruzar, y como era obesa, se le complicó, pero por suerte, algunos hombres la ayudaron, porque allá, nadie ayuda a nadie, y como menciona Lucero: “Allá no hay compañerismo, ni amigos, cada quien salva su pellejo” y es ahí, cuando empezaron a caminar, ¡Ya estaban en Estados Unidos!


Se hizo de noche, empezó a llover, las gotas parecían piedras y poco a poco se sentían más pesadas mientras sus cuerpos se empapaban, el Coyote, de inmediato les dijo “Saquen las bolsas y métanse en ellas” mi madre menciona: “Nos metimos acurrucados para escamparnos, pero imagínese que yo no guarde la mochila, ¡no la metí, yo por salvarme para no mojarme y no salve la mochila! Se me mojo la ropita que llevaba. Las bolsas sonaban durísimo, y esas gotas dolían bastante”. La lluvia duró 30 minutos, cuando escampó, ellos siguieron caminando, iban por ríos, pues tanta agua creo zanjas y como iban a oscuras, cuando se daban cuenta, ya tenían los pies dentro de los charcos, estaban mojados, era difícil caminar así. Al pasar el tiempo, poco a poco vieron salir el sol, después de caminar toda la noche, el Coyote decidió que podían dormir una hora, eran las 7:00 am, ellos se encontraban en un sitio estratégico, Lucero, Carlos y Marisa, utilizaron la maleta como almohada y aprovecharon el tiempo que se les dio para dormir.


Después de haber dormido una hora, se levantaron, comieron atún, y se alistaron para seguir, “El Gavilán” les dijo: “si están muy cansados, tómense una pastilla de “Feedelmar”, sino espérense a que estén más cansados, no se vayan a tomar esa pastilla sin antes haber comido porque aquí, exactamente aquí, me pasó que una señora se tomó la pastilla y ahí quedó, quedó tiesa, ¿Por qué? Porque no había comido nada. Siempre tienen que comer algo antes de tomarse esa pastilla”. Así que ellos, ya cansados, se aseguraron de comer, decidieron tomarse la pastilla y continuaron su recorrido. Lucero dice: “cuando uno se toma esa pastilla, uno empieza a sentir cosquilleo por los músculos de las piernas, se le empiezan como a dormir, llevábamos suficientes pastillas, gracias a Dios, pero no nos dejaban tomar sino una diaria, porque no se podría más por una sobredosis”.


El día continuaba, pero parecía interminable, el calor del día estaba a más de 40° o 50° centigrados, mi mamá llevaba mucha ropa, con ese sol, para ella fue terrible caminar, así que se empezó a quitar la ropa. Sentía fuerte dolor en los brazos, pues en cada mano llevaba un galón de agua. Pero nada de eso importaba para ella, pues decía estar motivada, era su primer día, y como pensaba que solamente serian 3 o 4 días, no importaba. De ese día, eran las 6:00pm, el frío era insoportable, estaban a 0° centígrados, volvieron a descansar solo 20 minutos, tiempo que aprovecharon para comer y beber agua.


En una de esas noches, llegaron a una parte en la que había una especia de lago, era tanto el frío que el agua que se posaba ahí, parecía hielo. El frío estaba tan fuerte que nada lograba calmarlo, así que el Coyote les dijo que se metieran dentro de la bolsa, todo de cuerpo completo, con la nariz por fuera para no ahogarse y con la mano sosteniéndola para que no entrara frio, estaba tan baja la temperatura que la bolsa no logró abrigarlos, así que mi mamá y Carlos empezaron a hacer una zanja en la arena, se metieron, creían que con la arena lograrían abrigarse pero aún no podían calmar el frio. Tanto así que las personas se paraban a caminar de un lado a otro para no quedar paralizados.


Mi mamá al ver que el Coyote sacó unos cigarrillos, se acordó de los que ella había comprado el día de su escape, así que los encendió y junto a Carlos y “el Gavilán” empezaron a fumar, al aspirar el humo, lo expulsaban en sus manos para que el calor lograra evitar ese terrible frío que sentían, esa, era la única manera. Sin embargo, el Coyote no podía ocultarlo, se veía preocupado, pensativo, porque era posible que murieran de hipotermia.


Al siguiente día, se dieron cuenta que estaban en el centro del desierto, y Lucero recuerda tanto que: “el Coyote nos decía, mire, tenemos que llegar hasta esos cerros que se ven. Yo ni miraba porque eso se veían cerquitica y nosotros todo lo que habíamos caminado y no nos acercamos ni un poco”. Mientras estaba sentada escuchando a mi madre, vi en sus ojos cafés que poco a poco oscurecían, la tristeza y el dolor más profundo, tanto así que alcanzaba a sentirlo.



Hacer sus necesidades era difícil, ellos no podían detenerse para ir al baño, solo cuando descansaban, Lucero contaba que se iba para un lado, a hacer y tapar con arena, pero sin alejarse mucho porque se podían perder, Carlos nunca la dejó sola, en su botiquín llevaba toallas húmedas y se limpiaba para no oler a feo. Pasaron 3 días, la amiga de mamá, Marisa, se empezó a enfermar, ella era una mujer que no estaba acostumbrada a caminar, por eso para el viaje compró unos tenis, el problema, es que ella nunca en su vida había utilizado zapatos, en el pueblo en el que vivía se caminaba en sandalias, lo que le causo ampollas en los pies. Ella no había dicho nada, caminó varios días así, hasta que no pudo más, le brotaba sangre de la planta de los pies, ella no podía más, se cansaba mucho. Mi mamá recuerda que el Coyote le dijo: “Bueno, si usted no puede entonces, nos toca dejarla por acá, nos avisa y nosotros la dejamos en una parte donde sabemos que pasa la migra para que la recoja” Tres hombres de Guatemala que iban con ellos se opusieron, y se ofrecieron a ayudarla en el recorrido.


Esto es algo raro, porque siempre los inmigrantes piensan en ellos mismos, nunca intentan ayudar a otra persona, ella estuvo de buenas. Entonces, cogieron su mochila, la dividieron en tres partes y cada uno lo empaco en sus maletas. Lucero como llevaba botiquín, le hizo curación con alcohol en las heridas, y le puso toallas higiénicas en los pies. Llevaban cuatro días y nada que llegaban, no les rendía por culpa de Marisa, ella siempre era la última. Así lo recuerda mi mamá: “por las noches, íbamos caminando y ella siempre se quedaba, yo siempre iba de segundas o terceras después del coyote, y siempre escuchábamos el silbido que llegaba de atrás para adelante, y ya ese silbido era que teníamos que parar, y siempre era porque ella no podía, por ella nos tocó quedarnos mucho tiempo”.


leyendo esta historia en la 3ra entrega... Continué


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