Tan solo es eso...una delgada línea
Fotografía tomada de univision.com
Ustedes no se imaginan lo difícil que es para una hija, escribir la historia más triste de su madre. No saben cuánto trate de hacerlo en mi estadía en Miami, pero no lo lograba. Constantemente me desvelaba pero las palabras de mi mente se volvían lágrimas en mis ojos, borrosas y con dolor, solo logre hacer una carta, que reposa guardada esperando a ser leída. Mi madre quien ha sido mi mejor amiga, mi compañera, la mejor mamá del mundo, como todo niño suele decirle a su madre. Yo una niña que nunca olvidará aquellas mañanas cuando mi madre me arreglaba el cabello y sus delicadas manos me acariciaban demostrándome cuanto me ama, mientras su voz, aquella que me falta me hablaba. ¡Sí! este es mi mejor recuerdo, como olvidarlo. Desde hace cuatro meses he tratado de relatar esta historia, una historia que cambio mi vida, pero el dolor y la tristeza que aún me invaden me lo impedían. Así que, después de suspirar, voy a intentarlo.
Mi madre se llama Lucero, estando las dos sentadas en la sala de su casa en Miami, ella al lado derecho y yo al izquierdo, tomando café, y viéndonos a los ojos, empieza a contar la historia que según ella, fue el momento más duro de su vida, pues estaba en busca del “sueño americano”, un sueño que empezó después de haber afrontado la crisis financiera más terrible de su vida con la caída de la empresa Colombiana ‘David Murcia Guzmán – Grupo Holding S.A’ (DMG) en el 2009, en la cual, junto con mi padre perdieron 18’000.000 de pesos. Lucero, tomó la decisión de irse para Estados Unidos. Mi madre, entre lagrimas, me contaba, con la voz un poco débil, que tomó la decisión al ver que su hijo mayor llevaba dos años sin estudiar una carrera universitaria, y que sus otros dos hijos estaban en colegio privado, aumentando así los gastos, y como dice: “Era eso o quedarnos en la calle”. Ella, habló con mi papá para que él se fuera, pero no quiso, así que se encargó de cuidar a sus cuatro hijos, en Bogotá. Mi hermano mayor en ese entonces tenía 18 años, el segundo 16, yo de 11 años y el que para ella, le dolió mucho más, su bebé de 18 meses. Lucero trato de sacar la visa americana, pero fueron tantos sus nervios de ir a la entrevista que prefirió no asistir e irse de forma ilegal, cruzando la línea de México – Estados Unidos.
Me acuerdo tanto, mi mamá realizó todos los procedimientos que necesitaba para el viaje, solicitó la visa para México, se fue junto con su sobrino Carlos, porque le daba miedo viajar sola, siempre la recuerdo como una mujer nerviosa, pero capaz de darlo todo por aquellos que más ama. Viajó por una agencia de tours, ya que según ella, era más fácil para obtener la visa mexicana. Así fue, todo salió como debía, un poco costoso eso sí, sacó prestamos con intereses, pero con la ilusión de darle una mejor vida a su familia, el dinero no era su impedimento. Después de que les aprobaran la visa, mi mamá habló con su hermana mayor, Esperanza, quien ya había viajado por la frontera y residía en Estados Unidos, para preguntarle cómo era la travesía. Mi tía, conociendo lo nerviosa que ha sido mi mamá, le contó, pero sin entrar en detalles, pues el paso que ella tuvo iba a ser diferente al de mi madre. Sin embargo, le decía que mirara por Internet, para que fuera preparada, a lo que Lucero no hizo caso, pues para ella era mejor así o si no, no sería capaz de viajar, ella misma mencionaba: “Nunca quise saber nada”.
Se llegó el día, ese momento que marcó mí vida. El día en que yo, una niña de 11 años, viví la tristeza más grande de mi vida; vi partir a mi mejor amiga, mi gran amor, el único ejemplo que tenia de mujer. Esa era la noche anterior al viaje, el 27 enero de 2010, mi mamá decidió quedarse donde su hermana mayor, mi tía Cristina, pues sabía que despedirse de su familia iba a ser duró y no podía llegar llorando al aeropuerto. Otra de sus hermanas, Rosa, la recogió en la casa, Lucero, con lagrimas y con el corazón roto me contó: “fue muy duro despedirme de mis hijos porque yo no sabía si los iba a volver a ver, ni en cuánto tiempo, y mi niñito chiquitico, yo cuando le di ese último beso, ¡Uy no!, a mí el corazón se me partía, yo no era capaz de abrazar a mis chiquitos y despedirme. Yo no les dije nada porque yo no quería que ellos sufrieran, yo creo que estoy llorando más hoy que ese día porque yo saqué muchos ánimos y mucho valor para que ellos no sufrieran; yo no quería que ellos me vieran sufrir”.
Así fue, mi mamá se empezó a despedir por orden: primero su hijo mayor, Sebastián, luego se despidió de David, después yo, su única niña, luego del bebé, Diego, y por último de su esposo. Desde ese momento han pasado siete años, pero lo recuerdo como si hubiera sido ayer, mi mamá iba bajando las escaleras con sus maletas y se dio cuenta que mi papá y yo salimos corriendo detrás de ella, sin dejarla salir, llorando, para que ella no se fuera; pero ya era muy tarde, no había nada que hacer. Lucero, en compañía de su hermana, se fueron caminando hasta donde Cristina, quien le daría posada por una noche. En el camino, las lágrimas no paraban, ella nunca había sentido tanto dolor en su vida como aquel día.
Mi tía al verla tan mal, trataba de consolarla, le decía: “Tranquila, todo va a salir bien, ¡Ay! allá en Estados Unidos es muy chévere, me imagino usted mandándoles cosas a sus hijos, toda esa ropa de marca que venden allá, mejor dicho, yo me imagino, ¡Qué felicidad!”. Esas palabras de aliento le subieron el ánimo a mi mamá. Pasó el tiempo, pero cuando llegó donde Cristina mientras cenaban, llegaron sus hijos Sebastián y David, se querían despedir de nuevo de su madre. Ella nuevamente entró en llanto, la tristeza evadió su cuerpo a tal punto de pedirles que se fueran. Lucero no soportaba el dolor de dejar solos a sus hijos.
Esa noche, mi mamá no durmió, de tanto pensar que pasaría, si podría cumplir con su propósito, ¡Y claro! En ese momento los nervios se apoderaron de su cuerpo, no podía estar tranquila. A la mañana siguiente, a las 6:00am, para ser más exactos, Lucero y Carlos llegaron al aeropuerto, se reunieron con las 40 personas del tour, mi mamá estaba muy nerviosa, y cuando iba pasando por migración se hizo amiga del joven que hacía las entrevistas, eso la tranquilizo un poco. Después subieron al avión. Cuatro horas y media de vuelo desde Bogotá, Colombia hasta Ciudad de México. Cuando llegaron, se encontraron con los guías turísticos, los trasladaron para el hotel, según mi mamá, era un hotel hermoso, ubicado en la zona rosa de Ciudad de México, tenían tarde libre, Lucero dijo: “Ese día nos quedamos en el hotel y salimos alrededor para conocer y ubicarnos, porque yo sabía lo que iba hacer, entonces para saber qué cosas habían cerca, dónde había una avenida para yo poder coger un taxi, para ir planeando cómo nos íbamos a escapar, porque lo que yo tenía que hacer era escaparme de ese tour lo más pronto posible porque en cuidad de México íbamos a estar dos días, en esos dos días yo tenía que escaparme del grupo”.
Así pasó, Lucero y Carlos salieron a conocer las calles de México. Esa noche, se reunieron para cuadrar estratégicamente el escape, ellos se dieron cuenta que no estaban tan vigilados y que podrían salir cuando quisieran. Su plan era en salir a fumar esa noche, pues mi mamá en su juventud fumó, esa era la excusa perfecta para que el plan saliera como querían. Diagonal al hotel, había una caseta donde vendían cigarrillos, para no levantar sospechas, ella debía salir a comprar un cigarrillo y lo fumarlo. Mi mamá con una expresión de ansiedad y nervios me mencionó: “yo había hablado con Carlos para no dejar todo a lo último, teníamos que irnos al otro día, de todas formas íbamos a pasear y todo eso, pero como yo le decía a él, nosotros no vinimos a pasear, nosotros vinimos fue a otra cosa. Entonces la noche era el momento indicado para irnos”.
Al día siguiente, tenían preparada una salida con las personas del tour, fue una tarde de risas y emoción, pero la parte más bonita del día para mi mamá, fue cuando visitaron la Basílica de la Virgen de Guadalupe. Siempre recuerdo a mi madre como una mujer religiosa y devota de la virgen, entonces para ella fue fantástico conocerla antes de su travesía. Era una visita rápida, Lucero quería quedarse a la misa, pero según los guías, no tenían tiempo. Para mi mamá, quien a veces es un poco terca, eso no fue impedimento, pues ella, Carlos y otra pareja decidieron quedarse a la eucaristía. Lucero compró oraciones, rosarios y lo que para ella fue su amuleto de la suerte, una pulsera de la virgen, la llevaba puesta en su mano derecha para que la protegiera, también compró una veladora; pero en la iglesia no era permitido prender velas, así que a la salida de la misa, mi mamá, de milagro, se dio cuenta que más adelante había una piedra enorme con la figura de la virgen, sin pensarlos dos veces, salió corriendo hacia allá; prendió la vela, pidió por ella y por su viaje, para que la ayudara con los planes que tenía. Las personas del tour, claramente estaban molestos con ellos, pues eso les quitó tiempo del recorrido.
De ahí, salieron a conocer distintos lugares, estuvieron en la Plaza de la Constitución, más conocida como el Zócalo, al centro de la ciudad. También fueron a la casa del presidente, y a Xochimilco, que es un recorrido en canoas con mariachis por un rio. Esa tarde, llegaron al hotel y se alistaron para salir a las 9:00 pm, pues iban a la Plaza Garibaldi. Mi mamá me contaba: “Fue tan bonito ese lugar, las calles estaban llenas de mariachis, uno les pedía la canción que quisiera y les daba algo voluntariamente, no cobraban”. Horas después, se dirigieron para la discoteca “Guadalajara de Noche” posteriormente se devolvieron para el hotel, esa noche para ella, no era el momento de escaparse.
Al otro día, visitaron las pirámides de Teotihuacán, un cultivo de Agave y fueron de compras. Esa noche al llegar al hotel, comieron y alistaron maletas, sabían que debían dejar el equipajes en el hotel, mi mamá menciona: “yo llevaba un bolsito de tela y ahí eche una muda de ropa, ropa interior, maquillaje, productos de aseo, y otras cositas en la maleta de Carlos que era una mochila y de resto, dejamos las maletas ahí como si nada y nos fuimos. Llegamos a la caseta, compré un cigarrillo y me lo fumé, recuerdo tanto que no me gustó, ya perdí la costumbre de fumar, hasta tos me dio”. Esa noche era el momento prefecto para su huida, estuvieron mirando y según ellos, fue fácil salir, así que cogieron un taxi; mi mamá de inmediato llamó a Bogotá para que su hermana menor, María, le diera la dirección a donde tenían que llegar, donde el tío “Rodrigo” del esposo de su hermana, Esperanza, ellos llegaban allá y tenían todo preparado. Al coger el taxi, le dieron la dirección, pero el conductor les dijo que no conocía ese lugar, estaban preocupados, llenos de nervios y sugestiones, así que se se bajaron y cogieron otro taxi, para sorpresa de ellos, el conductor también les dijo que no conocía esa dirección, que ese lugar no existía, era algo extraño, no sabían qué hacer. Se bajaron del carro, era un lugar peligroso, en la zona de tolerancia del centro, era la 1:00 am, el frío era insoportable. Así que ese día no se pudo llevar el plan acabo, les tocó devolverse caminando por la calle, llena de ladrones y prostitutas hasta coger un taxi que los dejara en el hotel. Era tanto su miedo, que sentían que estaban siendo perseguidos. Al coger un taxi para devolverse al hotel, se les olvidó el nombre de donde se estaban hospedando, solo sabían que era en la Zona Rosa, al llegar por sus alrededores, se lograron ubicar y por fin llegaron. Lo bueno, es que tenían otra noche más. Entraron a sus habitaciones, nadie les dijo nada.
Amaneció, desayunaron, aún con más nervios, pues esta sí era la última oportunidad. Mi mamá cuadró con su hermana María, el señor Rodrigo debía recogerlos en la noche en la discoteca “Guadalajara de Noche”. Ese día no disfrutaron nada, se llegó el momento. Lucero y Carlos iban en el ascensor, Carlos con su maleta gorda por todas las cosas que empacaron, cuando de repente se encontraron con Bernardo, el dueño de la agencia de turismo. Mi mamá recuerda ese momento y menciona: “¡No! Juepuchica, Bernardo empezó a hablarme y como a coquetearme, se concentró en hacerme la charla, me preguntó que Carlos qué era de mí y yo rogando a Dios que rápido llegara abajo, Carlos se arrecostó en la pared, para espichar la maleta y que no se dieran cuenta, yo sentía que me iban a descubrir. Les dijimos que íbamos a dar una vuelta y no nos dijeron nada”.
Al salir del hotel, se encontraron con personas del tour, así que para no levantar sospechas preguntaron que dónde quedaba un buen restaurante que no fuera tan picante, y así la gente pensara que iban a comer. Salieron por otro lado, pero Carlos le dijo que fueran a comer tacos a otro lugar. Mi mamá sin hambre, llena de nervios y preocupada, le tocó esperarlo. Al terminar, cogieron un taxi, llegaron a la discoteca, pero tenían un problema, ellos no conocían al señor que los iba a recoger, solamente se los habían descrito como un señor moreno, con rasgos indígenas, de cabello lacio, de unos 50 años, el señor, al encontrarla, la llamaría como “Lupita”, pues ese sería su nombre falso en México, así lo escogió mi mamá en honor a la virgen de Guadalupe. ¡Así de religiosa es ella!.
Eran las 10:00 pm, llegaron al lugar acordado, pidieron una cerveza Corona, y empezaron a tomar, como si nada. Al comienzo estaban tranquilos, pensaban que todo estaba bien, bailaron un rato, para que los vieran contentos, pero nada que llegaba don Rodrigo. Lucero se asombró de ver que Carlos estaba saludando a unas personas, pues eran los guías turísticos, los saludaron y eso preocupo aún más a mi mamá. Ya eran las 12:30 am, el señor nada que llegaba, ellos se sentían desesperados, Carlos encontró un teléfono, de inmediato salió a llamar a María para ver qué pasaba con el señor, mientras tanto, Lucero se quedó tomándose una cerveza porque no tenían plata para más y para no dar “papaya”, le tocaba estar tranquila.
Ella recuerda tanto que iba vestida, hermosa como siempre, con un body negro, un jean azul y unos tenis, lo que más importaba en el momento era la comodidad. Lucero y Carlos acordaron que al hotel no volvían, así les tocara ir a otro hotel, pero esa noche tenían que desaparecer. Al pasar el tiempo, las personas se estaban yendo de la discoteca, mi mamá nerviosa, empezó salir, y en la puerta se encuentra con don Rodrigo, tal cual se lo habían descrito; iba con una chaqueta de Jean ovejera, Lucero recuerda: “Yo lo vi y le dije ¿don Rodrigo? y el me dijo ¿Lupita? y yo le dije a él ¡Sígame! No podíamos hablar ni dar papaya, nosotros salimos y él detrás. Mientras salíamos de la plaza, anduvimos dos cuadras, había un sitio abierto y entramos, hablamos con el señor, nos tranquilizábamos, Rodrigo iba con un amigo policía que era el dueño del carro, nos presentamos, y salimos para la casa de él”. Era un municipio, por eso los taxistas no los llevaban porque era lejos, quedaba cerca a un nevado, el frío era tenaz, llegaron a las 3:00 am, solamente escuchaban el fuerte viento silbando que les tocaba sus cuerpos y el de los perros ladrar, como si se despidieran. Llegaron a un ranchito pequeño, la gente que vivía allí era muy pobre, se levantó la esposa del tío Rodrigo, porque así le decían, se presentaron, les dieron una cama para dormir, ellos ya estaban tranquilos, ¡Pero eso sí!, les tocó pagarle al policía por la llevada, fue caro, por lo lejos y por la hora.
Al siguiente día, se fueron mientras que poco apoco conocían a otras personas, que como ellos dejaban mundos, vidas y cegaban sus recuerdos para no arrepentirse. Esperanza, la hermana mayor de Lucero y madre de Carlos, los llamó, ellos estaban más tranquilos porque su viaje ya estaba listo. No obstante, los del tour descubrieron que Lucero y Carlos no estaban, solo encontraron sus maletas, entonces llamaron a mi papá para avisarle que se habían perdido, pero que habían puesto carteles por la ciudad con las fotografías de ellos, para encontrarlos. Sin embargo, él ya sabia del plan, así que no se preocupó. Lucero y Carlos tenían que sacar una cédula mexicana para poder viajar, el mismo policía que los llevó, realizó todo el procedimiento. Dos días después, se tomaron las fotos, mi mamá, pobrecita, estaba irreconocible, demacrada por el estrés y los nervios de su viaje. Ella cada que veía un policía se volteaba para que no la vieran, pues ella sabia lo de los carteles de “se busca” después de obtener los documentos mexicanos, empezaron a aprender datos de la cultura en general de México, pues ellos claramente no tenían identidad mexicana, por ende, si la policía de migración los llegaba a detener, ellos tendrían que decir que eran mexicanos, y les harían muchas preguntas sobre su cultura. Aprendieron el himno nacional, los nombres de los equipos de futbol, los supermercados más populares como “El Pepito”, el día de la independencia; la batalla de puebla, entre otros hechos importantes.
Tuvieron que ir a comprar ropa adecuada para el viaje, pues debían caminar por el desierto, Esperanza debía conseguirles un paso, por el que ella cruzo, que fue por el Rio Bravo, un paso en el que no tuvo que caminar, siempre fue en una tractomula, pero no logró conseguir esos contactos; así que consiguió los contactos del esposo, por donde él ha pasado, ya que es mexicano y lleva muchos años viviendo en Estados Unidos, va a visitar a su familia, se devuelve y pasa por el desierto. Ella le decía a mi mamá: “no conseguí el contacto por donde pasé, toca por el desierto por donde Álvaro pasaba, yo le decía bueno, pero ¿Cómo es, por dónde es?, ella me decía, son 3 días caminando día y noche por el desierto, yo solo pensaba ¡Uy tenaz!, pero sacaba la fuerza y me decía ¡Vamos yo soy capaz, yo puedo!. Hablé con Álvaro preguntándole si de verdad eran 3 días, y le dije, prepárenos, díganos cómo toca hacer y él me dijo, mire Lucero, yo no le voy a decir mentiras a usted, no son 3, sino 5 días, donde usted camina día y noche, en el día dormirá 1 o 2 horas, temprano, porque en la noche es cuando más se aprovecha para caminar porque la temperatura llega a 1° grado, en cambio, en el día llega a 40° grados”.
Lucero y Carlos seguían esperando en el D.F, se suponía que debían durar allí una semana, pero pasó el tiempo y no fue una, sino dos semanas que que duraron en la ciudad. En esos días hubo una inundación, las personas se estaban enfermando a raíz de eso, la comida no era igual, ellos estaban muy delgados y preocupados por su salud. Mi mamá menciona: “yo llamé a Esperanza llorando y le dije, mire a ver qué hace pero consiga algo ya, nos queremos ir, la gente se esta enfermando acá, nosotros no queremos que nos de una enfermedad” A los dos días, Esperanza, después de haber hablado con su esposo, solucionaron todo. El viaje ya era un hecho.
Era un sábado en la mañana, mi tía consiguió una mujer que cruzaría con ellos, su nombre es Marisa, era mexicana. Hoy en día, gran amiga de mi mamá. Ellos se encontraron en el D.F para viajar juntos a la frontera. Don Rodrigo los dejó en el terminal a las 5:00am y emprendieron el viaje a las 5:00pm, pues para ese pueblo, Sonoyta, Sonora, solamente salía un bus en el día. Marisa, claramente iba con las mismas ilusiones de mi mamá, llegar a trabajar y darle un mejor futuro a su familia. Que ella viajará les ayudó mucho a Lucero y a Carlos, pues como ella sí tenía el acento mexicano, si los paraba la policía, no los afectaría tanto.
Durante el viaje, era normal que los policías se subieran a requisar, pues el pueblo al ser fronterizo, muchas personas iban con el objetivo de cruzarlo. Es por eso que todos tenían un plan, cada que se subiera un policía, ellos se harían los dormidos y Marisa era quien hablaba. Durante el recorrido, sobre todo en las noches, se subieron los policías al bus, mi mamá me contaba: “Yo empezaba a rezar cuando ellos dijeron: “Nosotros somos de la policía Federal” yo cogía mi manilla y le rezaba a la virgen, le pedía que por favor nos hiciera invisibles ante esos hombres, siempre le preguntaban a Marisa que de dónde éramos y ella respondía de Chiapas. Así nos pasó como tres veces”. El viaje duró dos días y dos noches.
La última vez no era la Policía Federal, ¡Peor aún! Pues más adelante pararon en un pueblo a comer y ahí se subió una señora con un niño. En la noche, para sorpresa de ellos llegó migración, quienes se concentraron en la mujer con el niño, les revisaron todo, cada prenda, cada pañal, los bajaron y después no se supo más de ellos. El viaje continúo, llegaron a Sonoyta a las 4:00 am, el frío era terrible, Lucero se sentía tranquila, como si ya hubiera pasado el susto, pero lo que aún no sabía, es que hasta ahora iba a comenzar la verdadera travesía.
Ellos trataron de coger un taxi, pero era un pueblo tan pequeño que ni siquiera carros transitaban. Por suerte, lograron encontrar uno, eso sí, era un carro viejo y feo. Llegaron al hotel, un dizque hotel, porque en realidad era una casa, con 3 habitaciones, donde habían10 personas por cuarto, esa casa estaba casi abandonada. Después de tanto golpear, los atendió una mujer, casi dormida. Mi mamá menciona: “Yo le dije a la señora, necesitamos un cuarto y nos dice, no, no hay cuartos esta lleno, tienen que esperar a que salga alguien y quede algo libre” Evidentemente a ese hotel llegaban todos los inmigrantes que iban a cruzar la frontera, pues ahí se reunirían para la entrevista con “El Coyote”, el hombre que los cruzaría. Por lo general, a ellos nunca se les llama por su nombre sino por su apodo, a mi madre nunca se le olvidará que él era “El Gavilán”.
Ellos se sentaron en la sala, esperando a que amaneciera y que alguien se fuera, no durmieron, el frío y el hambre no los dejaba descansar, por suerte, mi mamá quien desde que era niña, siempre ha sido precavida, llevaba un cobija, que era lo único que los cubría a todos de las bajas temperaturas. Con una cara de asombro, Lucero menciona: “después de unas horas, todos esos mexicanos empezaron a levantarse, yo miraba a toda ese gente, tenían unos aspectos a lo que yo nunca estaba acostumbrada a ver, eran sucios, mal vestidos, olían terrible, pero bueno, me tocó adaptarme”. Esa mañana, con hambre, se dirigieron al restaurante del hotel, era una mesa en la calle, recuerdan tanto que pidieron unos huevos rancheros, creyendo que serían igual que los que comían en Colombia. Por fin llegó la comida, esos huevos no se los comía nadie, tenían un aspecto asqueroso, los huevos parecían crudos, tenían mucho chile, y no era salchicha sino salchichón, no pudieron comer del asco.
Aburridos, y mientras desocupaban una habitación, decidieron conocer el pueblo, un lugar sin carreteras, las casas de madera, casi sin gente, era desértico. Salieron a caminar, con un poco de miedo, pues les habían informado que era peligroso, cuando de repente se les acercan unos hombres que les dijeron: “Oigan, ¿ustedes con quién se van? Mire, nosotros los llevamos más baratos”. Marisa, sacó fuerzas, agarró una piedra y les gritó: “¡Más barato ni que nada!” ella pensó que los iban a robar. Los hombres a ver esa actitud se alejaron de ellos. De inmediato, regresaron al hotel, y aún no habían cuartos. La señora que trabajaba ahí, les ofreció otro hotel cercano, un poco más costoso, pero que sí tenía habitaciones, ellos con ganas de descansar y de bañarse dijeron que sí.
Al llegar al otro Hotel, lograron descansar, tenía televisión, y una cama para los tres, ahí duraron 3 días. Durante esos días, ellos cogieron la mochila que llevarían en el cruce, la cosieron, reforzándole las tiras para que no se rompiera del peso. Al pasar el tiempo, llegó una señora con los pies ampollados, llegó llorando, la cogieron los de migración, eso puso muy nerviosa a mi mamá. Después se dio cuenta que ahí hacían comida, sin pensarlo dos veces, mandaron hacer papas fritas y pechuga a la plancha, el dinero no les preocupaba tanto, pues su hermana Esperanza manejaba todo eso con el coyote.
Ellos tenían que ir todos los días al otro hotel, pues ahí era la entrevista con “El Gavilán”, a él se le pagaba el dinero, que fueron 1000 dólares por persona, ese paso era barato porque se arriesga más la vida que cruzando por el rio bravo, que claramente es más costoso y como tampoco tenían mucho dinero, ni contactos, no tuvieron más opción, les tocó caminar. El pago se realizaba cuando ya Lucero y Carlos estuvieran en Estados Unidos.
Siempre estaban con la expectativa de cuándo iban a salir. A los dos días, les avisaron que habían desocupado una habitación en el otro hotel, ellos sin pensarlo dos veces, se fueron. Al otro día, temprano, golpearon la puerta, era el coyote, un hombre con rasgos muy mexicanos, de pelo largo, dientes de plata, vestido de jean, tenis, una gorra y una mochila grande. Lucero recuerda: “él nos preguntó que ¿quiénes se iban? Entonces nosotros dijimos los tres, se quedó mirándome a mí y me dijo, ¿usted si es capaz, si puede pasar? Y yo le dije ¡Sí! Mire, yo soy fuerte y empecé a hacer que corría para que viera que era capaz y le pregunte ¿Por qué?, recuerdo tanto que él me dijo, “es que usted es flaquita y eso es duro, nosotros vamos a caminar día y noche, son más o menos 3 o 4 días” yo le dije, no tranquilo, yo aguanto, a los otros no les dijo nada. Pero pensó que yo no iba a poder”.
Si quiere conocer el final de esta historia espere la próxima edición....