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El pueblo indígena que le dice a Colombia ¡Aquí estamos y parte tuya somos!


Los diferentes grupos indígenas que componen la nación colombiana, muchas veces no se han caracterizado por ser sujetos actores que citen a movilizaciones ciudadanas en distintos escenarios, como por ejemplo, la capital. Sus relativamente pocas peticiones a los gobiernos de turno, siempre han dado pie al respeto a sus territorios y derechos naturales dando la impresión de estar alejados de contextos nacionales como el actual; el fin del conflicto. A pesar de representar tan solo el 3,4% del territorio nacional, las poblaciones indígenas siempre han sido ese ‘otro lado de la moneda’, difícil y misterioso de entender en un país gobernado por los impulsos desarrollistas homogeneizadores e influencias externas con victorias pírricas. Pero no se debe entender esa no-interpretación de su praxis como algo malévolo dentro de su comportamiento. No se debe atender al indígena como egoísta y ‘cerrado’ frente a la participación colombiana. Todo lo anterior involucraría una mirada sinceramente ignorante dentro del libre comprender del analítico en cuestión.


Si se tratara de ‘medir’ hasta cierto punto el involucramiento con el contexto nacional y su praxis en un momento decisivo para la estabilidad social como el circundante, los indígenas encabezarían la lista por ser personas, que bajo sus cosmovisiones y a lo que ellas interpelan, le enseñarían a la ciudadanía urbana verdaderos valores de paz, armonía y entendimiento mutuo. Hace 100 años, exactamente para 1916, una pequeña comitiva de indígenas representantes del pueblo arhuaco, descendía de su Sierra natal para emprender un viaje largo y serpenteado hacia la capital del país. Estos abuelos sabios, solventaron un viaje de cerca de seis meses para exigir al gobierno de Vicente Concha, presidente por ese tiempo, unos lineamientos certeros que ayudaran a la alfabetización de su pueblo. Hoy, en vísperas de la terminación del 2016, los nietos de estos representantes de la sabiduría ancestral se reúnen en la plaza de Bolívar para hacer sentir su apoyo a la Paz Nacional, esa que hasta el momento ha sido duramente tratada, e incluso, ignorada por la mayoría de ciudadanos de a pie.


La comitiva descendió de los buses que los trajo desde Catam cerca de las 3:30 pm de un lunes 2 de octubre. Día frío y con nubarrones que amenazaban el futuro y posible participación de la ciudadanía en la marcha que se tenía planteada. Sus trajes resplandecientemente blancos daban señal de haber sido preparados para una entrada victoriosa similar a la que sus abuelos habían sido testigos y actores hace 100 años. La multitud circundante, dentro de los cuales se destacaban medios de comunicación, los ‘abrazó’ a su llegada mediante un lazo humano que se extendió por unos 30 metros alrededor de la entrada principal del Centro de Memoria, Paz y Reconciliación. Los sombreros blancos de los arhuacos eran el único distintivo que se podía ver para diferenciarlos pues su poca estatura y la conglomeración regida por el afán de curiosidad los apretujaba hasta el punto de hacerlos invisibles. Ellos estaban aquí, habían bajado de su lecho suntuoso, ya no para pedir por educación, sino para recalcar su respaldo a la paz tan necesitada en el contexto presente y futuro. Se suele ver en los actuales medios masivos, Facebook por ejemplo, que muchas personas independientemente de ser seguidoras del No o el SÍ, expresan que la verdadera paz llega cuando tenga sintonía de espiritualidad pura. Pues bien, esa espiritualidad estuvo íntimamente relacionada en el ejercicio que el pueblo arhuaco venía a hacer. Su modo de desenvolverse verbalmente, su propia vestimenta, la posición de sus manos al saludar, incluso su mirada… todo era una mezcla de verdadero respeto y armonía que querían expresar y reproducir en su respaldo a la paz nacional.


En algunas ocasiones, practicando su idioma natal, daban la sensación de estar ‘bendiciendo’ a sus ‘hermanos menores’ como llamaban a los capitalinos y a la marcha por la paz de la que serían actores en cuestión de minutos. Cerca de las 5 pm, la marcha da por iniciado su rumbo; una especie de emociones patrióticas embargan el raciocinio del espectador, al contemplar en la ‘proa’ de la marcha la bandera nacional ondeando en manos de uno de los representantes por naturaleza del territorio, portando con orgullo y dignidad insuperable su mochila rayada por tejidos oscuros y sus ropas que evocan metafóricamente la pureza de lo que, en esta ocasión, venían a respaldar: la paz. Incluso unos cuantos extranjeros, dirigidos por la duda e intriga que despertaban aquellas ‘personas de trajes blancos’ y sus fanáticos que gritaban ¡Bienvenidos, Bienvenidos! una y otra vez, se dejaron llevar al punto que terminaron en el corazón de la manifestación apuntando con los lentes de sus cámaras a la bandera que ondeaba en su punto más álgido de patriotismo comunal. El actuar e implicaciones de la marcha propuesta por los Arhucos hasta este punto de la narración, rompió con los esquemas ciudadanos bajo los cuales se escribió la introducción de este texto; la gente sorprendida que caminaba en una probable tarde de ocio por la famosa carrera séptima, se detenía a observar curiosa y sorprendidamente como esas personas habían sacado sus sujetos políticos a tal punto de llegar a un contexto completamente diferente del propio y haber citado a una masa heterogénea de ciudadanos. Probablemente el éxito de una movilización que de alguna manera u otra, directa o indirectamente, pretenda cambiar un esquema estructural de des - integralidad y des – unión dentro de la sociedad como la tratada en cuestión, no depende del número alto de participantes, sino de la cantidad de sentimientos patrios encontrados que hacen metástasis en cada una de las conciencias participantes. La comitiva por la paz llegó a eso de las 6:30 p.m al punto base de encuentro; la plaza de Bolívar. Por cerca de 10 minutos se pronunciaron diferentes cánticos y estilos de alabanza clásicos del grupo autóctono, todos referentes a la necesidad de construir la paz como motor de encuentros entre culturas. Encuentros como el que se había hecho hasta ese momento mediante un referente de movilización y concientización.


El líder de los arhuacos, con su acento inusitado ante oídos indiferentes, se preparaba a fondo e incitaba a la unión pues el presidente de la república se reuniría en instantes con él y su comitiva. La historia de hace 100 años, de algún modo u otro, se repitió. Ejemplos como el anterior deberían reproducirse con más frecuencia en contextos paradójicos como el actual; las comunidades indígenas, partiendo del hecho de ser naturales poseedores de la conciencia y conocimiento ancestral de un territorio determinado, deberían ser más integradas en un marco de transigencia y opinión en circunstancias adversas que inciten a la no unión nacional. Su participación, más allá de generar ese morbo indiscreto de muchos espectadores, debería asegurar la total confianza individual y grupal de que Colombia si cuenta con todas sus partes, y que esas partes son sustancialmente importantes e iguales a las demás en relación. La construcción de paz y su reproducción deben ser tomadas en un todo holístico; sin diferenciación ni atropellos políticos. Los arhuacos, 100 años después, siguen y seguirán diciendo

COLOMBIA; ¡AQUÍ ESTAMOS Y PARTE TUYA SOMOS!

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