top of page

El perdón abraza la paz

Entre acuerdos, opiniones, recuerdos y Nobel de Paz. No importa el tiempo cuando la intención existe.



Han pasado pocos días de haber vivenciado tres de los más significativos momentos históricos celebrados en Colombia en la búsqueda del fin del conflicto con las FARC. Entre ellos, un sano y necesario ejercicio democrático que se resistió a la refrendación del Acuerdo de Paz firmado en Cartagena y la entrega del Premio Nobel de Paz, al Presidente Juan Manuel Santos.

Tropiezos, respaldo de los colombianos, de la comunidad internacional y contrastes en este largo camino que ha hecho levantar más fuertes a las víctimas que serán, por excelencia, protagonistas para culminar este sendero. Un anhelo de muchos, especialmente de Alexander Solano Martínez y Agustín Castillo.

“La escuela era humilde y la carretera destapada. Pero aún así, nosotros soñábamos en grande, nos inventábamos caballos con palos de escoba y salíamos a jugar cuando todo era tranquilo”. Este es uno de los recuerdos de Alexander, una de las tantas víctimas que ha dejado el conflicto armado en el país, que ya completa más de cinco décadas.

Dieciocho años después de los hechos que lo empujaron a ser una víctima más, y con la complicidad de un café, cuenta que su infancia la vivió en la vereda Piñalito, del pueblo de Maya Cundinamarca. “Cuando llegábamos de la escuela se descansaba un rato y luego, con mi abuelo, separábamos los terneros de las vacas y en las mañanas ordeñábamos. Recuerdo que así pasé los cinco primeros años de mi vida, pero cuando ya había cumplido diez, por cosas del destino, todo cambió”, señaló con un acentuado gesto de seriedad que indicaba el inicio de una historia clara y contundente.

Para la época de 1.994, bajo el mandato de Ernesto Samper Pizano, los grupos armados iniciaron una serie de ofensivas desmedidas que el pueblo colombiano jamás imaginó. Sucedieron ataques de gran envergadura en diferentes regiones del país, incluidos los departamentos de Cundinamarca y Meta.

Y es que cuando ya corría el periodo de gobierno en 1.998, cuando el país estaba dirigido por Andrés Pastrana Arango, quien junto a su gabinete se encargaba de erradicar a los frentes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia – Ejército del Pueblo –FARC-EP-, que se encontraban situados por diversas zonas del Meta y Cundinamarca, un nuevo elemento se sumaba a la historia del conflicto en Colombia, el posicionamiento de las AUC, de manera significativa en estos territorios.

Al mismo tiempo, un frente de las FARC– EP y un bloque de las AUC se enfrentaron en la vereda, exactamente en la finca donde vivía Alexander y su familia. Él afirma que en ese enfrentamiento no murió nadie, pero que unas horas más tarde escucharon varios tiros y al día siguiente, desde un árbol ubicado en la parte trasera de la finca,observó cómo algunos hombres arrastraban el cuerpo de sus vecinos, los mismos con los que había jugado la noche anterior. “Fue bastante triste porque entre todos nosotros nos tocó recoger a los vecinos, a gente que no tenía por qué pagar las consecuencias. Tal vez no tendríamos por qué estar ahí en ese momento. La cosa es que ya nunca nada volvió a ser igual”, señaló.

Para Alexander, éste fue el inicio de una época de violencia en donde tuvo que enfrentar una de las experiencias más fuertes de su vida, el desplazamiento forzado. “En un diciembre nos llegó la noticia que la guerrilla nos venía a matar. Recuerdo que veía gente corriendo y llorando, me acerqué donde mi abuelo y le pregunté que qué era lo que pasaba y, aún sintiendo el tono de angustia de su voz, me dijo: -papito váyase porque nos vienen a matar. ¿Pero cómo así? ¿quién?, le pregunté. Me contestó que la guerrilla y le dije: pero ¿qué hicimos?. No le puedo decir mijo, pero váyase con su primo, cuídese y si en el camino le preguntan quién es usted, diga que es de otra vereda, no me mencione porque nos van a matar”.

Esta advertencia implicó una separación definitiva entre ellos. Ese veinticinco de diciembre tuvo que salir de Santa Clara, la finca donde vivieron por tanto tiempo. Alexander recuerda que lo más difícil fue dejar a sus abuelos. “Por dentro estaba que me devolvía por ellos porque me partía el corazón dejarlos solos. Quería que nos mataran a todos allá”. Llegar e instalarse en Villavicencio fue una de las cosas más fuertes porque dejar todo atrás implicaba dejar sus raíces. La posibilidad de vivir en un país diferente se desmoronó durante el gobierno de Pastrana, en el que se instaló una mesa de negociación con las FARC–EP, protagonizada por el fracaso de un diálogo que nunca permitió un acuerdo y con una zona de distensión en el Caguán, que involucró algunos municipios del Caquetá y el Meta y que al contrario, sirvió como el escenario preciso para cometer ataques de gran magnitud en distintas zonas del país, como los sucedidos en el año 1.999.

Así fue, no tuvo que pasar mucho tiempo para que el grupo armado abusara del poder que ostentaba, y se encargara de intimidar a la población con secuestros, extorsiones, asesinatos y ejecución de actos delictivos, algunos de los más violentos ocurridos en San Juan de Arama, Puerto Rico y Puerto Lleras, en el Meta. Fue en este último donde el frente 44 del grupo armado acabó con la tranquilidad de los habitantes de la zona y con la estación de policía. Estación en la que se encontraba Agustín Castillo, un ex-policía que perteneció al grupo de contraguerrilla del Meta y quien tuvo que aguantar por más de treinta horas un enfrentamiento que terminó el doce de julio de 1999. De nuevo el café, pero esta vez a la sombra de una cabaña, frente a un mesón construido de cemento y rodeados de palmeras grandes. Agustín mira al frente y relata:“Me acuerdo mucho que era sábado y yo dormía, cuando a las 4:55 a.m. empecé a escuchar disparos, a los que reaccionamos y respondimos. Disparé y disparé, no le miento, eran más de 2000 guerrilleros que salían de todo lado”.

Luego de respirar profundo y tomar un sorbo de agua, cuenta Agustín que el once de julio sobre las diez de la mañana cayó un cilindro bomba que le destrozó gran parte de su pierna izquierda, que tuvo que ser amputada, luego de un año de recuperación que no terminó siendo exitoso. “El proceso de aceptación de no tener una pierna fue difícil, al principio fue triste porque yo veía esos papás cargando a sus hijos y como mi Paulita estaba pequeña me daba mucha tristeza. A ratos discuto con la vida, con este país y con la impotencia que siento porque nada cambia. Desde 2006, año en que compré mi taxi la vida es otra. Por estos días, me lleno de esperanza, estoy tranquilo y me siento libre. Sin embargo, estuve a favor del NO, porque no son justos los beneficios para los responsables de mi pérdida”.

Pese a esta última afirmación, su mirada aprueba la intención del proceso. En estas dos historias de víctimas, convergen en el sueño de la terminación del conflicto armado en el país y el anhelo de quienes creen que Colombia merece y tiene con qué ser distinta.

Así lo precisó Alexander para quien la esperanza renació el pasado 26 de septiembre mientras veía el acto de la firma del Acuerdo de Paz entre el gobierno de Juan Manuel Santos y las FARC-EP. “Deseo el fin del conflicto y añoro volver al campo. Siendo tan niño tuve que aprender no a madurar, sino a ser valiente, a sacar fuerzas de donde no las hay; vivir un episodio de desplazamiento a esa edad y dejar todo atrás es duro”, agregó durante la conversación.

Alexander insiste en que perdonar no es fácil y que olvidar mucho menos, pero que no se puede vivir en el pasado y aunque el episodio que lo marcó siempre va a estar ahí, él está dispuesto a perdonar. Frente al resultado del plebiscito piensa que es injusto que aquellos que no vivieron el conflicto no apoyaran la refrendación del acuerdo y asegura que “quienes lo vivimos, las zonas más afectadas, sí queríamos la paz, sí creíamos en el proceso y pues no es que uno se trague el pan entero, pero como ya nos pasó a muchos colombianos pues lo ideal sería que no dejemos que vuelva a pasar”. Dice que le hubiera gustado mucho un plebiscito solo con las víctimas porque son ellos los más afectados. Por último, a la pregunta: ¿Siente rencor por quienes le hicieron tanto daño?, respondió: “No, nostalgia, nostalgia porque pasan las cosas y te pasan a ti y nada más, nostalgia de que la vida le tenga que cambiar a uno tanto. Queda el sin sabor y uno se pregunta ¿qué hubiera sido de mí si esto no me hubiera pasado? Tal vez tendría mi finca o mis animales o sería un agricultor o un ganadero, queda como esa pregunta en el aire y esa inquietud rondándole a uno”. Cariño, amor, paciencia y experiencia. Con estas virtudes recuerda Alexander a su abuelo Rodolfo Solano, de quien prefiere no hablar, porque prefiere guardarse esos bellos momentos.

“Lo recuerdo por las lecciones de vida que me dio, de cómo se trataba a las personas, él siempre decía que lo más importante era que fuéramos trabajadores y personas de bien. Mi abuelo repetía que de qué servía ser un profesional si ni siquiera sabíamos cómo tratar a los demás. Pienso que fue una de las frases más lindas que él me pudo dejar”. “Con el bello recuerdo de mi abuelo, insisto en que la paz debe llegar para quedarse”, precisó Alexander.

bottom of page