LOS MEDIOS Y EL USO RESPONSABLE DEL LENGUAJE PARA FOMENTAR LA PAZ
(foto tomada de remapvalle.blogspot.com)
Colombia es un país con mil formas de violencia, transmitidas en directo o en diferido por noticieros y redes sociales. La violencia aflora en la calle cuando alguien tropieza con algo que no le gusta, se respira en el transporte público o con el vecino. Se percibe en el matoneo en lugares de estudio y de trabajo. Se vive con la intimidación armada en la zona urbana y en el campo.
Aun así, seguimos escuchando los ecos de la palabra paz. No recuerdo que se haya dejado de hablar del tema desde que tengo memoria. Las palomas de la paz han sobrevolado esperanzadas los cielos, se han dibujado en calles, estampado en paredes o en camisetas y han terminado reposando, frías e inmóviles en forma de broche, en las solapas de los funcionarios públicos actuales.
Desde que existe esta guerra, todos los presidentes han prometido a los ciudadanos conseguir la paz. Todos han subido al poder, pero ¿Y qué con la paz? La paz ha sido el mejor escalón electoral, el único gancho en los programas de gobierno efectivo para acceder al Palacio de Nariño. La paz como sea, con diálogos o no. La ruta más práctica de la clase política desde hace más de medio siglo.
La labor de los medios de comunicación privados frente a la paz ha sido también bastante pobre en estas décadas y en los últimos dieciséis años, más que preocupante. Su alineamiento partidista, caudillista y de doble moral incendiaron el debate. Desde la guerra contra el terrorismo de Bush, el lenguaje con adjetivos violentos para designar a todo lo que no represente el establecimiento, se convirtieron en moda, necesidad y la manera más fácil de juzgar y señalarlo todo.
A nuestra manera parroquial y tercermundista, la palabra terrorista fue la mejor opción para destilar veneno a través de los medios. Todo daba pie, incluso, para permitir poner al aire grabaciones presidenciales en las que se amenazaba a alguien con “darle en la cara”. ¡Que aporte el de los medios! ¡Que aporte el de la política! ¿Qué puede pensar de esto el ciudadano de a pie?
Esto no es algo menor, por el lenguaje manipulado en los medios, se han producido los peores eventos sangrientos de la historia. En la Alemania Nazi, Paul Joseph Goebbels manejó a su acomodo, desde la radio hasta el cine, la propaganda del régimen dirigida a la población inerme e ignorante. En Rwanda, los mensajes a través de la emisora pública Radio Rwanda y la privada RTLM, cercana al gobierno Hutu, fabricaron desde sus cabinas y salas de emisión, entre 1993 y 1994, la peor masacre en tiempo record de la que se tenga historia. Valérie Bemeriki, periodista presa hoy en ese país del centro de África, admite su afinidad ideológica con el gobierno radical de entonces y haber alentado la guerra a través de los micrófonos en contra de la población minoritaria Tutsi o Hutu moderada. El resultado: cerca de un millón de muertos en cien días.
En Colombia, los medios se hacen los de la vista gorda y la incitación a la violencia va in crescendo. Hace unos días una emisora entrevistó a un ciudadano indignado, con razón, quien insultó a Samuel Moreno, exalcalde de Bogotá luego de encontrárselo en la calle. El problema de fondo no fue la reacción del individuo (que también es un problema), sino la conducción de la entrevista con el fin de que su invitado “expresara más” y lo lograron “es que tenía ganas de golpearlo” dijo. Cerraron la conversación poniéndolo en posición de héroe y justificando su acción: “indignación auténtica, es que es una reacción que le salió del hígado”. El reclamo civilizado y en el marco de la ley, es un ejercicio ciudadano.
La indignación legítima no debe dar paso a justificar ninguna acción violenta, ni verbal, ni física, y mucho menos convertirla en show mediático en una sociedad sensible, débil y enferma, que anda en la búsqueda de exorcizar sus demonios. ¿Cómo se quiere llegar a la paz en un entorno hostil que no está preparado para ello? Todos los medios de comunicación en esta coyuntura deben ser responsables, al hacer un uso adecuado de la información y del lenguaje. La paz implica mezclarse con el otro, perdonar y emprender un camino nuevo. Los medios no pueden soslayarlo. El problema más grave para llegar a paz (por lo menos a esta que promete el gobierno), no está en reinsertar a los alzados en armas que por cincuenta años estuvieron sumergidos en la vorágine de la guerra. Está en reeducar a la ciudadanía que debe recibirlos sin pensar siquiera en la segregación social. Hay que mezclarse con el otro, porque aceptar al otro es la mejor manera de buscar la paz y cerrarle la puerta a la violencia.