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Después de Todo



Cuando la guerra toca de frente no perdona edad, color de piel, género o estrato social; nadie se salva de ella. En Colombia, la guerra aún está latente en varios lugares del país, especialmente en los rincones más apartados del mismo; donde el Estado no está presente, donde grupos insurgentes golpean fuerte y sin escrúpulos, donde los menos favorecidos son los que pagan los platos rotos de los malos gobiernos y la indiferencia de la sociedad. A causa de esto, muchas familias han tenido que huir de manera obligatoria, dejando toda una vida atrás para empezar de nuevo con las manos vacías y sin ningún apoyo


Esta situación la vivió Camila Munar hace 12 años, episodio que marcó su vida para siempre. Ella, aunque se le haga muy extraño, es estudiante de UNIMINUTO SP. Su infancia la disfrutó en el campo, cerca al municipio de Pitalito, Huila en “La finquita de la abuela ‘Tere’”, recuerda, con una risa divertida y juguetona. Allí vivía con sus padres y su abuela; en ese entonces, su papá Carlos Munar trabajaba en la Alcaldía del pueblo, y era gran amigo del Alcalde. Pero este tenía vínculos con las AUC, tratos en los que quiso involucrar a Carlos, lo que produjo descontento por parte de las FARC, quienes tomaron represalias contra él y su hogar.


Comenzó a recibir panfletos y llamadas intimidantes, pero el padre de Camila se negaba a aceptar tales amenazas. “Tengo mi conciencia tranquila”, decía para negarse a cumplir con las exigencias de la guerrilla; más adelante, sin embargo, tuvo que tragarse sus palabras cuando Teresa, su madre, fue asesinada a sangre fría por las FARC aquel 25 de marzo del 2005.


Cuando Camila mencionó el homicidio de su abuela fue inevitable que se le escaparan un par de lágrimas. Fue un hecho desgarrador para la familia Munar y por el que recapacitó Carlos; pensó que si seguía allí, terminarían con toda su familia. Huyó con su esposa y su pequeña hija, dejando abandonado todo lo que construyó en su vida.


Hechos como este hacen que el desplazamiento forzado sea una problemática social, cultural y económica constante en Colombia. Según un informe del Centro de Vigilancia de Desplazados Internos, Colombia es la segunda nación con más desplazados internos a nivel mundial y tiene el récord de desplazados internos en el continente americano, con 6,04 millones de personas a fin de 2014, cerca del 12% de su población total. Las regiones del Pacífico, Cauca, Valle del Cauca, Nariño y Chocó registran la cifra más alta de desplazamiento interno en Colombia, la gran mayoría de ellos debido al largo conflicto con la guerrilla de las Farc, que ahora ha entrado en un proceso de paz.


Y no es para menos siendo Colombia un país altamente clasista y burocrático; donde para la mayoría de personas desplazadas no existen oportunidades ni servicios que cubran las necesidades básicas. Algo tan indispensable como un plato de comida o un techo, para muchos se ha convertido en un desafío casi que imposible del diario vivir. Realidad agravada por el desplazamiento forzado; centenares de familias campesinas, indígenas y afrocolombianas se ven violentadas a estar en la indigencia, pidiendo limosna o delinquiendo; una verdad triste que impide el progreso de toda Colombia porque mientras haya desigualdad, no habrá paz.


Una encuesta que realizó el DANE a 27.272 hogares y 112.406 víctimas de desplazamiento armado en el territorio nacional, reveló que el 66% de encuestados vive en condiciones de pobreza, y el 33% restante, en la pobreza extrema.


La Directora de la Unidad de Víctimas, Paula Gaviria, afirmó que “El Gobierno Nacional está comprometido con los desplazados, por lo que en los últimos diez años se han destinado 33 billones de pesos para atender a esta población, y casi la mitad de ese dinero se ejecutó, apenas, en los últimos dos años”. No hay que ser un matemático para hacer la cuenta y notar que ese dinero muy posiblemente se quedó por el camino, como quien dice que, esa platica se perdió. Al hablar de justicia, que va muy de la mano con el desplazamiento, a muchas familias aún no se les reconoce como víctimas.


Volviendo a la historia de Camila, ella y su familia se desplazaron a la ciudad capital de Colombia, Bogotá. Aquí, sin tener familia ni conocidos, llegaron al Barrio La Castilla en la Localidad de Kennedy para rehacer sus vidas. Después de un tiempo, Carlos Munar decidió entablar una demanda contra el Estado para que fueran incluidos en el listado de víctimas, pues al presentar los documentos legales correspondientes a dicho proceso, no fue posible conseguirlo. El Informe Una Nación Desplazada del Centro Nacional de Memoria Histórica concluye que “La impunidad ha estado vinculada estrechamente con el desplazamiento forzado”. Hasta 2014, en la Fiscalía General de la Nación solo había 14.612 investigaciones activas por desplazamiento y un número bajo de denuncias, un recuento pobre frente a las dimensiones del flagelo.


Luego de instaurar la demanda, Carlos empezó a recibir nuevas advertencias por parte de las FARC, lo que incitó aún más su deseo por hacer justicia. Así que no retiró la denuncia y siguió insistiendo para que su caso fuera estudiado. Camila cuenta, frunciendo el ceño y con voz melancólica, que cinco meses después su papá fue secuestrado durante una semana por esa guerrilla, tiempo en el que fue obligado a retirar la demanda y firmar unas escrituras falsas, documentos mediante los que hacía a las FARC dueños legales de la finca para que le perdonaran la vida, con la condición de que si volvía a escudriñar el pasado, ya no vendrían por él sino por su pequeña, y que se atuviera a las consecuencias por buscar lo que no se le había perdido.


Es muy posible, según el informe del CNMH, que las tierras que en tiempos ya lejanos pertenecieron a la familia Munar, hoy estén a nombre de comerciantes, terratenientes, ganaderos, empresarios o testaferros aliados del grupo armado insurgente que hoy negocia con el Gobierno de Juan Manuel Santos el tratado de paz en La Habana.


Hoy en día, Carlos Munar resolvió alejarse de aquel pasado que tanto dolor le trajo a él y su familia, aunque le cause gran impotencia no poder hacer algo al respecto; es consciente de que su papel como padre es el de proteger su hogar. Camila, por su parte, es estudiante de UNIMINUTO en el Programa de Comunicación Social – Periodismo, y tiene uno de los mejores promedios de la Facultad. Ella dice que es primordial el perdón, y para lograrlo, hay que permitir la reintegración a la sociedad de quienes le hicieron daño”. “Estando en medio de un proceso de paz, el primer paso para alcanzar ese objetivo es poder sanar las heridas, y qué mejor manera de hacerlo que trabajar desde la perspectiva del perdón y la reconciliación”.


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